Siento cómo el tiempo se resbala entre mis dedos
y la arena del reloj se convierte en unos insignificantes granos de arena
que no son nada en medio de un desierto.
Siento cómo la mecha del día a día cada vez se consume más y más rápido,
como si no fuéramos más que un segundo en una hora.
Uno más de tantos.
A veces creo que elegí rechazar una realidad más profunda
para poder
quedarme atrapada en esta pequeña jaula
que se mantiene viva por la
monotonía y la ingenuidad.
Esta jaula que me creo yo misma
cuando veo el contorno de sus rejas dibujándose en el suelo
y me encierro en una sombra que no es la mía.
Esta jaula,
que siempre ha sido mi protección,
que está acabando con mi vida
[si no lo ha hecho ya.]
Necesito escapar de esto, irme lejos,
y olvidar.
Olvidar porque no recordar todos los días está muy visto
y porque hablamos de olvidar como si pudiéramos hacerlo.
Las nubes de tormenta se hacen conmigo
en tiempos en los que lo único que me falta es un paraguas.
El polvo reposa sobre mis alas
y para volar necesito que me soplen.
A veces me asusta el vacío en el que me muevo y le dedico versos,
por si le entran celos a tus poemas y vuelven a escribirme.
Me pregunto en qué noche te hiciste recuerdo.
Y qué sentido tiene la vida
cuando siempre se busca algo y
nunca se encuentra nada.
lunes, 12 de agosto de 2013
miércoles, 7 de agosto de 2013
Hoy llueve
Me he pasado toda la mañana recogiendo agua del salón.
No es que se haya roto ninguna tubería,
ni tampoco que la lavadora se haya resentido
por los trapos sucios de todo este tiempo de relación.
Es que desde que te has ido, no deja de llover en casa.
¿Sabes lo jodido que es aliñar la ensalada con un paraguas en la mano?
¿O aguantar cada mañana el rapapolvo de mi vecina
que se queja de las goteras?
¿Te haces una idea del estrés que supone
tener que zambullirme bajo el agua para abrir el grifo
y poder prepararme una valeriana,
o despertar en mitad de la madrugada sobresaltada,
cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas?
No dejo de quitar nubes de lo alto de los armarios,
nubes grises,
nubes negras,
nubes de todos los colores y texturas.
¿Crees que no me di cuenta de cómo brillabas
cuando salías por la puerta?,
te ibas radiante,
de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol.
Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena
que ilumina al menos los rincones más oscuros de nuestra habitación.
De lo contrario
jamás me atrevería a mirar en ellos,
por si tropiezo con recuerdos
en los que salgamos tú y yo.
Y te sorprende que la luna esté de mi lado.
¿Quién crees que le daba palique cada noche en el balcón?
Al final,
cuando empezó a refrescar y me vi obligada a cerrar las puertas,
sin decirme nada, se coló en mi habitación.
Pero ahora tengo miedo,
miedo a no volver a ver la luz del día.
¿Qué hago yo sin halo de luz que refleje lo que fuimos?
¿Qué hago yo, si ahora casi siempre es de noche y llueve?
Me he pasado la mañana con antigripales y el chubasquero puesto.
¿Qué mas da que cierre ahora las ventanas
si el vendaval está en casa?
¿Para qué las mantas y los nórdicos,
si mi frío lo llevo dentro?
Te has ido y ya no brilla el sol.
Las gotas apagan mis cigarros e inundan el café.
El techo está gris,
y ya no sé si llueve aquí o lloro yo.
Lo único que sé es que me atrapan las raíces en el pasillo,
que mi canoa se parte en los rápidos que descienden escaleras abajo,
que el fango me atrapa en la cocina,
que mi camino se hunde y mis huellas desaparecen.
Que en el baño se ha roto el espejo,
y que los sietes años de ruina
comenzaron en el momento en que al mirarme
ya solo me veía a mí.
No es que se haya roto ninguna tubería,
ni tampoco que la lavadora se haya resentido
por los trapos sucios de todo este tiempo de relación.
Es que desde que te has ido, no deja de llover en casa.
¿Sabes lo jodido que es aliñar la ensalada con un paraguas en la mano?
¿O aguantar cada mañana el rapapolvo de mi vecina
que se queja de las goteras?
¿Te haces una idea del estrés que supone
tener que zambullirme bajo el agua para abrir el grifo
y poder prepararme una valeriana,
o despertar en mitad de la madrugada sobresaltada,
cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas?
No dejo de quitar nubes de lo alto de los armarios,
nubes grises,
nubes negras,
nubes de todos los colores y texturas.
¿Crees que no me di cuenta de cómo brillabas
cuando salías por la puerta?,
te ibas radiante,
de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol.
Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena
que ilumina al menos los rincones más oscuros de nuestra habitación.
De lo contrario
jamás me atrevería a mirar en ellos,
por si tropiezo con recuerdos
en los que salgamos tú y yo.
Y te sorprende que la luna esté de mi lado.
¿Quién crees que le daba palique cada noche en el balcón?
Al final,
cuando empezó a refrescar y me vi obligada a cerrar las puertas,
sin decirme nada, se coló en mi habitación.
Pero ahora tengo miedo,
miedo a no volver a ver la luz del día.
¿Qué hago yo sin halo de luz que refleje lo que fuimos?
¿Qué hago yo, si ahora casi siempre es de noche y llueve?
Me he pasado la mañana con antigripales y el chubasquero puesto.
¿Qué mas da que cierre ahora las ventanas
si el vendaval está en casa?
¿Para qué las mantas y los nórdicos,
si mi frío lo llevo dentro?
Te has ido y ya no brilla el sol.
Las gotas apagan mis cigarros e inundan el café.
El techo está gris,
y ya no sé si llueve aquí o lloro yo.
Lo único que sé es que me atrapan las raíces en el pasillo,
que mi canoa se parte en los rápidos que descienden escaleras abajo,
que el fango me atrapa en la cocina,
que mi camino se hunde y mis huellas desaparecen.
Que en el baño se ha roto el espejo,
y que los sietes años de ruina
comenzaron en el momento en que al mirarme
ya solo me veía a mí.
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