Me he pasado toda la mañana recogiendo agua del salón.
No es que se haya roto ninguna tubería,
ni tampoco que la lavadora se haya resentido
por los trapos sucios de todo este tiempo de relación.
Es que desde que te has ido, no deja de llover en casa.
¿Sabes lo jodido que es aliñar la ensalada con un paraguas en la mano?
¿O aguantar cada mañana el rapapolvo de mi vecina
que se queja de las goteras?
¿Te haces una idea del estrés que supone
tener que zambullirme bajo el agua para abrir el grifo
y poder prepararme una valeriana,
o despertar en mitad de la madrugada sobresaltada,
cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas?
No dejo de quitar nubes de lo alto de los armarios,
nubes grises,
nubes negras,
nubes de todos los colores y texturas.
¿Crees que no me di cuenta de cómo brillabas
cuando salías por la puerta?,
te ibas radiante,
de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol.
Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena
que ilumina al menos los rincones más oscuros de nuestra habitación.
De lo contrario
jamás me atrevería a mirar en ellos,
por si tropiezo con recuerdos
en los que salgamos tú y yo.
Y te sorprende que la luna esté de mi lado.
¿Quién crees que le daba palique cada noche en el balcón?
Al final,
cuando empezó a refrescar y me vi obligada a cerrar las puertas,
sin decirme nada, se coló en mi habitación.
Pero ahora tengo miedo,
miedo a no volver a ver la luz del día.
¿Qué hago yo sin halo de luz que refleje lo que fuimos?
¿Qué hago yo, si ahora casi siempre es de noche y llueve?
Me he pasado la mañana con antigripales y el chubasquero puesto.
¿Qué mas da que cierre ahora las ventanas
si el vendaval está en casa?
¿Para qué las mantas y los nórdicos,
si mi frío lo llevo dentro?
Te has ido y ya no brilla el sol.
Las gotas apagan mis cigarros e inundan el café.
El techo está gris,
y ya no sé si llueve aquí o lloro yo.
Lo único que sé es que me atrapan las raíces en el pasillo,
que mi canoa se parte en los rápidos que descienden escaleras abajo,
que el fango me atrapa en la cocina,
que mi camino se hunde y mis huellas desaparecen.
Que en el baño se ha roto el espejo,
y que los sietes años de ruina
comenzaron en el momento en que al mirarme
ya solo me veía a mí.
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