I
Hace tiempo nos perdíamos entre la gente,
y a veces te buscaba
y tú no lo entendías.
Jugábamos a descifrar silencios
y a atrapar el tiempo,
hasta que las reglas exigieron que alguien ganara.
Todas las noches
era tarde para estar despiertos
y temprano para haber olvidado
que no dormíamos porque
quizá
ya no había nada con lo que soñar.
Yo tenía los ojos borrascosos
amenazando con tormenta,
y tú te tapabas la mirada con un paraguas
porque te negabas a ver el arcoiris
si tenías que soportar la lluvia.
Nunca supiste bailar bajo las gotas.
De mis lágrimas.
Ni tampoco lamerlas.
Era como cerrar la vida y dejarse algo dentro.
II
La de heridas que hemos dejado abiertas
por querer seguir sintiendo su dolor.
Y negarse a desprenderse de ese dolor
porque
a veces
es lo único que te queda.
Se está tan a gusto en ese desastre
que me niego a volver a mi felicidad,
porque volar no es lo mismo que saltar.
Al vacío.
Hablo de caer
y de que te guste el golpe.
III
No quería que fuese así,
pero nadie elige qué desear,
ni a quién querer,
ni de qué manera.
Qué mal se me da esto de sobrevivirte.
IV
Sigo rompiendo todo lo que toco.
E incluso a ti.
Sin rozarte.
Porque yo ya te echo,
pero no de menos.
V
Ahora los silencios huelen a lluvia,
y el olor de tu ausencia
se mezcla con el de los libros viejos
que dejaste en el armario.
Me prometiste
que me ibas a besar en cada semáforo en rojo
de Madrid,
y que íbamos a recorrer la Gran Vía de la mano.
Pero solo era eso.
Una promesa.
Y las promesas están hechas para romperse.
VI
Te fuiste
y te llevaste toda la poesía.
Ahora la cama está vacía.
Ya no estás.
Pero a veces se me olvida.
VII
Volvió el invierno.
Pero tú sigues lejos.
Y eso quema.