domingo, 1 de septiembre de 2013

Café con hielo, sin besos ni caricias

Y nuestro café se enfrió al derretirse los hielos,
cansados de esperar ese momento que tanto temíamos.

Nos lo bebimos a sorbos lentos,
saboreando cada trago
como si fueran instantes que poco a poco se nos escapaban de las manos.
Pero no. No lo disfrutamos.
Nunca un café había estado tan amargo,
aún sabiendo que tal vez fuera el último que bebíamos en buena compañía.

Poco a poco ya no era café,
sino agua.
Hielo deshecho.
Mira qué casualidad,
el hielo estaba justo como nosotros.
O como yo, al menos.

Tratamos de alargar la tarde como pudimos,
sabiendo que después de ese café vendría el adiós,
y que después del adiós
ya no vendría nada.
Y cuesta imaginar una nada con la misma persona con la que
[un día no muy lejano]
imaginaste algo.

Finalmente nos levantamos y salimos de aquel bar.
Nuestro bar,
en el que habíamos pasado tantas tardes y tantas noches.
Allí se quedaron los posos de un café 
junto con las cenizas de un cigarro
que se consumía junto a nuestras ganas de ser algo.
Restos.
Todo restos.

Fue una tarde fría,
amarga, 
de sorbos lentos y palabras rápidas,
de miedo a despedirse,
de posos,
de cenizas y de sueños rotos,
si bien todo es lo mismo.
Fue la tarde del último café.
Café solo, sin besos ni caricias.
Fue nuestra última tarde juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario