Brindo por los amigos que hemos perdido,
por los que hemos ganado,
y por la gente a la que nunca conoceremos por su nombre.
Por los vínculos que hemos creado
y por los álbumes que hemos llenado de recuerdos que podrán desaparecer,
pero nunca ser asesinados.
Brindo por las llamadas de teléfono que se llenaron de lágrimas,
y por las horas dedicadas a hablar de nuestros miedos.
Por la gente que pensamos que merecía nuestro corazón,
a quien ahora golpeamos y echamos por tierra.
Brindo por las fotos en marcos con historias que contar,
que vamos a estar seguros de llevarlas con nosotros cuando nos vayamos.
Por los partidos de fútbol que hemos visto bajo las luces,
por nuestros gritos y cantos flotando en la noche.
Por las fiestas de graduación y sus bailes,
y los romances de secundaria.
Por los juegos de regreso a casa,
con todas las victorias a nuestro nombre.
Brindo por las largas noches que hemos pasado estudiando
y por el café de las mañanas que compensó nuestro descanso.
Por los nervios antes de los exámenes
y la excitación tras acabarlos.
Por los bailes y eventos que tardamos meses en organizar,
por la noche anterior a las preocupaciones que llegaron demasiado tarde.
Brindo por las lágrimas que sabíamos que lloraríamos,
por las personas y lugares a los que dijimos adiós.
Por las cosas salvajes y extrañas que hemos hecho,
que vamos a recordar como las más divertidas.
Brindo por las cartas que dejamos sin firmar,
que nuestras identidades serán reveladas a su debido tiempo.
Por las relaciones con las que nos preguntamos cómo pudimos vivir sin ellas
y por los flechazos con los que miramos atrás y ahora reímos.
Así que ahora es el momento de colocar nuestros vasos boca abajo,
ponernos nuestros gorros y girar las borlas hacia delante,
escuchar nuestros nombres y dejarlos correr a través del eco
y darnos cuenta de lo rápido que han pasado estos años.
Levantad las copas hacia el cielo,
con los sueños y esperanzas sostenidos en lo alto.
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