Esto se suponía que iba a ser
el poema que escribiría sin hacer ninguna referencia a mi amor por ti,
pero parece que las únicas cosas bonitas que puedo decir
son sobre nosotros.
Me pregunto lo que nunca te has preguntado sobre ello,
pero, de alguna manera, me lo pregunto por tu culpa.
Me pregunto cómo pudimos sobrevivir a la gran tormenta del verano pasado sin paraguas,
estando inmóviles bajo ella
hasta que me sacudiste para que recordara cómo respirar.
Pensando,
me di cuenta de que
nunca había deslizado mi brazo por el jerséy de un hombre al llegar el frío,
ni me había puesto la ropa del otro sexo en el cuerpo,
como tantas chicas hacían en innumerables películas.
Habría estado bien algo parecido mientras escribía esto.
Pero no podía haber sido tan malo.
Me quité la ropa mojada,
como si fuera una burla,
deseando que de alguna manera
pudieras estar vigilándome a través de las mamparas del baño.
Luego,
no sé si fuiste tú o las sábanas que se tragaron mis caderas,
como si se insertaran bajo tierra,
supe que seis horas más tarde me desperté dolorida de sentirme tan segura.
De ti aprendí que nadie puede rebobinar las estaciones
para recuperar el significado de las palabras
o devolver a los pinos sus viejas piñas.
Y la próxima vez que te llame
debería darte las gracias por decirme lo que tienes para desayunar por las
mañanas,
lo que preparas para cenar
y lo que picas a medianoche.
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