sábado, 6 de julio de 2013

Para Robert Wynn y para esos casi 1000 kilómetros

Trigésimo mes desde que nuestras huellas se encontraron.

No se me ocurría una forma más obvia
ni más lógica que esta para darte las gracias por ser tú.

Han pasado diez meses desde la última y primera vez que nos vimos,
y aún apareces
[o pareces]
reflejado en los espejos de mi habitación.

Aquel día
lloví sobre tu espalda
con la esperanza de que las calles se inundaran y no pudieras escapar.
Intenté nadar la sombra de tus ojos en un barco de vela
sin tener en cuenta la tormenta que se avecinaba sobre nosotros,
y que al final acabó rompiendo nuestros timones
y nos dejo a la deriva en medio de un océano que creamos con nuestras lágrimas.
Y es verdad que a veces bostezaba
para que la gente pensara que tenía los ojos rojos por el cansancio
y no de tanto llorar.
Los motivos fueron muchos,
el resultado, solo uno:
estar sin ti
y eso.
Paramos en cientos de bares de carreteras estrechas que no conocíamos,
sin pensar cómo volveríamos a casa después de haber bebido tanto.
[Supongo que las mejores historias son las que surgen de imprevistos.]

Despierto por las mañanas y el silencio huele a ti.
El mismo silencio que varias veces ya he recortado y he metido en un sobre
para mandarlo a donde tú sueles despertar.

Después de todos estos inviernos
lo único que se me ocurre
es darte las gracias por todos esos abrazos de aire que me diste.
Dile de mi parte a la distancia que te necesito,
aunque solo sea de vez en cuando.

Tras todas estas reflexiones bobas,
lo único que se me ocurre es que
el cabrón que se inventó la frase
"la distancia es el olvido"
seguramente no tenía internet.


Para Robert Wynn
y para esos casi 1000 kilómetros.

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